Misión Nueva Pompeya, 18 de junio de 2015.
Adelante,"Chiqui", en el medio "Marié", y atrás su hermano "Chaco". |
"Marié" en un cumpleaño. |
MARÍA BEATRIZ Y EL ESTADO Por Claudia Rafael. Orígen: http://www.pelotadetrapo.org.ar/2013-09-05-12-30-19/2015/2551-el-estado-de-mar%C3%ADa-beatriz.html
(APe).- María Beatriz Carrizo no llegó a tiempo a los
festejos. La ecos de la revolución, 205 años después, no tuvieron en cuenta ni
su corta vida ni su muerte temprana. A los 15 años, madre de un bebé de ocho
meses, María Beatriz murió “de enfermedad”. Como Néstor Femenía. Como tantos.
Enfermedad, suelen decir ciertas partidas de defunción. Paro
cardiorrespiratorio, cuentan otras, como si el 100 por ciento de la humanidad
no detuviera los latidos de su corazón en el estertor último. María Beatriz
Carrizo no lo imaginaba siquiera. Ella era el Estado, según dijo su presidenta
y según escuchó alguna vez en la escuela, a la que aún en los últimos tiempos
seguía yendo con su niño en brazos. “El rol del Estado es fundamental y el
Estado somos los 40 millones de argentinos”, aseguró Cristina Fernández de
Kirchner mientras inauguraba un hospital en Mendoza. Un hospital como el que no
hay en Misión Nueva Pompeya, porque el que está allí se llueve, no tiene
medicamentos, tiene un aparato de radiología que no funciona, los médicos se
fueron porque no cobraban desde hacía meses.
Fue el 24 de mayo, un día antes de los grandes festejos, en
que María Beatriz Carrizo fue subida a una camioneta del Municipio porque el
hospital tampoco tiene ambulancias. Y simplemente murió en el camino a
Castelli, rumbo a un hospital al que nunca llegó. Porque los caminos son
intransitables y María Beatriz, conectada a un tubo de oxígeno en la caja de
carga de la camioneta municipal murió rodeada de su niño, de su madre y de una
enfermera.
María Beatriz Carrizo concibió a su niño cuando apenas tenía
13 años. Con una precocidad sexual propia de los pobres, hubieran dicho los
camaristas Horacio Piombo y Benjamín Sal Llargués. Que eligen nacer, vivir y
morir en los márgenes, culpables culturales de un destino que forjaron a fuerza
de ser –como el resto de los 40 millones de argentinos- feroces caras visibles
del Estado porque, como cantinela sistémica, “el Estado –cuenta la vieja
leyenda- somos todos”.
Tenía el enorme privilegio, como un millón y medio más de
argentinos (según estadísticas oficiales del Ministerio de Salud) de ser
chagásica.
Cristina F. convoca a “discutir en serio sobre el Estado”.
Parte de esa base mitológica de insistir en la corresponsabilidad colectiva
sobre el Estado. Lejos, muy lejos de aquella vieja definición de Lenin de que
el Estado es el instrumento para la dominación de una clase por sobre otra. O
de la de Rosa Luxemburgo cuando escribía que “el Estado actual es, ante todo,
una organización de la clase dominante, y si ejerce diversas funciones de
interés general en beneficio del desarrollo social es únicamente en la medida
en que dicho desarrollo coincide en general con los intereses de la clase
dominante”.
El Estado permitió que María Beatriz muriera de
“enfermedad”. Que no tuviera la medicación necesaria para salvarla. Que ante
cada recaída, se le aplicara suero para que volviera a su vida de siempre. Con
su mochila de olvidos sistémicos a cuestas. Que no hubiera médicos que la
atendieran. Ni un hospital con las mínimas garantías para su vida. Ese mismo
Estado es el que avaló que no hubiese ambulancias en Misión Nueva Pompeya. Y
que los caminos fuesen territorios inhóspitos e intransitables que ante la
mínima lluvia atraparan a una camioneta municipal como aquella en la que se
trasladaba a la muchacha. Que finalmente murió lejos de otros brazos del Estado
que cuentan con aparatología, bienestar, remedios, alimentos, médicos, techos
que no se llueven, abrigo, leyes favorables.
Persiste para las maríabeatrices un higienismo social propio
del capitalismo que todo el tiempo amenaza a los desarrapados con su espada de Damocles.
Que las hunde en este tiempo y en esta tierra fértil para los naufragios, que
les va talando el porvenir y las devora sin piedad. Que les sella desde su
mismo nido la marca indeleble de los expatriados de la vida.
Edición: 2933
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